Un poco sobre Dawkins (II)
Teología…
Bueno, espero que ha disfrutado mi broma anterior. Y es que prácticamente, eso es todo lo que tengo para decir de él. Pero claro, una afirmación semejante merece ser explicada, o quedará relegada a la mera categoría de ocurrencia jocosa…
Pues bien, ya dije en otro lado que en los inicios de su historia, los teólogos Xtianos se “enredaron en sus dogmas”. Desde entonces dan lástima, pues todavía no se han desenredado. Allí siguen ellos, con sus estériles discusiones en torno a la “transubstanciación”, cómo se produce, por qué no es visible, y demás sandeces relacionadas. O tratando de explicar “el Misterio de la Trinidad”, cómo tres personas separadas e independientes pueden ser en realidad una sola, si el asunto es comparable a una misma tela que presenta tres pliegues, o si es comparable a conceptos más abstractos, como lo que conoce, es conocido, y es cognoscible, blá, blá, blá.
La verdad, todas estas sandeces (y las demás), no merecen siquiera refutarse. Quienquiera tiene un poco de seso y no está adoctrinado las rechaza de plano, sin siquiera dignarse a esgrimir razonamientos demoledores. Además, no viene al caso discutir con un teólogo: para él, todas estas son cuestiones de fe, no de lógica.
Es importante que convengamos en este punto, pues en esta identificación del Dogma no como “medio”, sino como “fin”, se basa el resto de mi exposición.
Por lo pronto, permítame seguir analizando la política de los teólogos eclesiásticos; pues aquí acabo de introducir de contrabando otra “novedad” que debo aclarar. Cuando dije que el Dogma no es medio, sino fin, quise decir esto: volviendo al ejemplo de la “transubstanciación”, el teólogo ya ha definido su postura de antemano (o acepta este dogma –si es católico-, o lo rechaza –si es protestante-); una vez que él ha establecido su postura, ha perdido el interés por dilucidar la “verdad” o “falsedad” del mismo. A partir de ahora, lo único que él se propone es demostrarlo, sustentándolo con palabras. Por esto mismo, a partir de este punto yo pierdo mi interés en su discurso: no me conmueven los rebuscadísimos argumentos que él desarrollará (aunque le reconoceré su habilidad retórica si consigue formular algo de apariencia coherente); lo que es a mí, en lugar de convencerme me dejarán dormida.
Y para peor, este es el momento de recordar lo que ya afirmé líneas arriba: no tiene caso discutirles a esos teólogos. Incluso si Ud. derriba todos sus argumentos (tarea en absoluto sencilla, ya que Ud. necesita estar como mínimo en su nivel retórico, y esto es difícil para la persona común. ¡Ellos son realmente muy hábiles!) no conseguirá moverlos ni un ápice de sus dogmas. Simplemente, buscarán argumentos nuevos (si es posible, de apariencia y construcción más compleja, para dificultarle a Ud. las cosas). Veamos un caso típico y conocido:
Los teólogos eclesiásticos proponían el siguiente dogma axiomático: todo lo que hace D’s, es perfecto. Tiene su lógica, ¿verdad? Digamos que un D’s “chapucero” es difícilmente concebible, de modo que quien cree en D’s no puede más que asumir este dogma (más abajo le demostraré que no es así). A esto sumemos la idea aristotélica (elevada a su vez, a dogma) de que las transformaciones solamente se producen en el “mundo sublunar”; es decir, que más allá de la esfera terrestre “todo es inmutable” (esto casi equivale a elevar a los astros y demás cuerpos celestes a la categoría de divinidades, pero por algún motivo los escolásticos no vislumbraron esta dificultad).
Listo. A partir de ahora, quienquiera utilice un catalejo para observar los cráteres de la Luna, es un hereje. Ud. puede obligar al mismísimo Pontífice a pegar su ojo a la lente y mirar, pero no le servirá. Él ya encontrará la manera de denunciar la “naturaleza demoníaca” del telescopio que inventa realidades inexistentes (de nada le servirá a Ud. tampoco, mostrarle que el mismo aparato también puede ayudarlo a ver a las mil maravillas y sin modificar el menor detalle, esa torre situada a 30 kilómetros de distancia que él conoce muy bien), y que muestra una luna fea e imperfecta llena de cráteres, en lugar de mostrarla hermosa y lisa como D’s tiene que haberla hecho y como debe haber quedado desde entonces, dada la veracidad irrefutable de los dos dogmas que ya mencioné.
La verdad, nuestros problemas comienzan cuando nos queremos meter a “Guías de D’s”. Quiero decir, cuando nosotros tratamos de decidir qué es lo que Él puede o debe hacer, y qué no (otro caso típico: la idea inicial de Kepler de relacionar los movimientos planetarios con los sólidos perfectos, que le hizo perder valiosos años en cálculos inútiles antes de desecharla). En el momento que empezamos con esto, nos enredamos. Dicho de otra manera: ¿y por qué no puede D’s crear una Luna “fea”, o permitir que se “afee” con el tiempo? ¿O por qué debería Él atenerse a nuestros parámetros de lo que es lindo y lo que es perfecto? Pero por algún motivo, esos escolásticos no vislumbraron tampoco esta dificultad.
Y esta dificultad tiene un nombre: se llama SOBERBIA. Ponernos en el papel de “Guías de D’s” es una actitud soberbia e insolente. Lamentablemente, esta ha sido la actitud de la Ec. desde sus primeros días y hasta hoy, pasando por la cúspide máxima de su expresión (afortunadamente, ya superada) alcanzada con la creación de un Tribunal de la Inquisición.
…y retórica
Aquí es donde Dawkins (y otros como él) me recuerda a los Escolásticos. También él se empantana en los “dogmas”, en tratar de definir qué es o no es D’s, qué puede o no puede hacer, para luego procurar refutarlo. Esto me recuerda el famoso planteo que algunos ateos maliciosos gustan de formular a los creyentes intuitivos (es decir, que no han intentado una formulación profunda o lógica de su fe, sino que simplemente “creen porque lo sienten así”):
Si D’s es “Todopoderoso”,
¿Puede Él crear una piedra que no pueda levantar?
La mayoría de los ateos militantes están muy orgullosos de este planteo aparentemente demoledor (a los cándidos “intuitivos” los suele dejar congelados), que sin embargo tiene una respuesta sencilla y es…
¡No!
Si D’s es Todopoderoso, “NO puede crear una piedra que NO pueda levantar”. Porque aquí, decir “NO poder NO” equivale a afirmar que, en efecto, ES “Todopoderoso”. No se trata más que de un juego semántico con las leyes más básicas de la lógica, que establecen:
Negación de Negación,
ES Afirmación.
Con cosas infantiles como ésta, se enreda Dawkins. Pero todo esto ¡también es vanidad y perseguir el viento! (Y conste que con eso me refiero a mi propia "demostración lógica") Veamos por qué.
La palabra como límite
Los seres humanos hemos creado códigos de comunicación llamados “lenguajes”, mediante los cuales nos proponemos trasmitir hechos, conceptos, etc. Sin embargo y pese a nuestra habilidad en el uso de estos códigos, no podemos olvidar dos pequeñas pero trascendentes limitaciones.
1ª) Cada lenguaje es una expresión de la idiosincrasia colectiva del pueblo que lo utiliza. Así es que hay palabras en algunos idiomas que no tienen traslación puntual a otros (quiero decir, lo que en un idioma se expresa con un único vocablo, en otro necesita explicarse con una frase completa). Otras veces, un idioma realiza distinciones que los demás han pasado por alto. Mi ejemplo favorito de esto último, es la distinción que hacemos en Castellano (inexistente en otros idiomas) entre los verbos “ser” y “estar”. Yo solo caí en la cuenta de la peculiaridad hispánica de esta distinción, al observar la terrible dificultad que tienen los extranjeros que están aprendiendo el Castellano, a la hora de decidir cuándo utilizar uno u otro verbo. Tras mucho buscar la manera de resolverles el conflicto dándoles una regla que los guíe siempre sin error, acabé explicándoles lo siguiente: “se trata de la diferencia existente entre esencia y situación circunstancial” Digamos por ejemplo que Ud. puede ser optimista (esta es su “esencia”), pero ahora está triste (esta es su “situación circunstancial”). Parece rebuscado, pero en la práctica funciona: aquellos a los que ofrecí esta definición, nunca han vuelto a marearse con dichos verbos.
2ª) Las palabras buscan definir hechos, cosas, conceptos; pero no son esos hechos, cosas, conceptos. Parece una perogrullanda, pero vea por qué no lo es. Cuando nosotros hablamos de D’s como “todopoderoso”, “no puede no poder”, etc., en realidad estamos procurando definir con palabras muy limitadas, conceptos que nos trascienden. Puestos en este pobre oficio, es inevitable que acabemos “enredándonos con las palabras”. Ya bastante difícil nos resulta encontrar definiciones para cosas más concretas y cotidianas, como “qué es la vida”.
Hace 100 años Ernst Mach negaba la existencia de los átomos aduciendo retóricamente: “¿Ud. vio alguno?” Mach tenía una parte de razón: había que “ver” al átomo de alguna manera, para terminar de entender de qué se trata, definirlo y darlo por “existente”. Eso se consiguió en las décadas que siguieron a su negación escéptica, y recibimos la más contundente confirmación de la presencia del átomo… en Hiroshima y Nagasaki, claro está.
Todavía hay una discusión irresuelta respecto de la naturaleza de la Luz, si son “ondas” o “partículas”. En algunos casos se comporta como lo primero, y en otros como lo segundo. En realidad, por supuesto, la “Luz” no es “ondas” ni “partículas”. Sencillamente, es “ella misma”; no ha dejado de ser lo que es, desde que fallamos un poco a la hora de definirla con palabras de una manera asequible a nuestra facultad de raciocinio. Reconozcamos que el problema no está en “la Luz”, sino en las limitaciones de nuestro lenguaje, que a su vez nacen de nuestras limitaciones cognitivas. Quizás algún día superemos este escollo, quizás no. Eso, a “la Luz” le tiene sin cuidado: ella seguirá siendo lo que es y haciendo lo que hace, sepamos definirlo o no.
Si con la luz nos embrollamos. ¿Cómo no íbamos a embrollarnos con D’s? Y sin embargo, nuestros embrollos no bastan para demostrar su no-existencia. Simplemente, son otra prueba más de las limitaciones de nuestro lenguaje: de nuestra incapacidad de abarcarlo con palabras. ¡Y se supone que así debe ser, si se trata de “Algo” que nos trasciende! Piense con lógica: si pudiésemos colocarlo bajo el microscopio, estudiarlo y explicarlo de una manera definitiva y fuera de cualquier duda, eso significaría que, como Entidad, es muy inferior a nosotros. Desde el momento en que se entiende que nos supera, también se entiende que nos “enredemos” al hablar de Él (en el supuesto de que una hormiga procurara explicarnos a nosotros con su lenguaje, o abarcarnos con su intelecto, es de suponer que se enfrentaría a dificultades similares).
¿Cuán “perfecto” es lo que hace D’s?
Le había prometido volver a este tema, y por cierto que aquí viene al caso. Ya vimos como la Ec. tropezó (y cayó en redondo) a causa de este escollo, hace tan solo unos cuatrocientos años (cuando se inventó el telescopio). Eso le pasó por dogmática, y la verdad es que se lo tenía bien merecido. De haber sido más humilde (ella siempre trató de inculcar la humildad en los demás, pero para ella misma no la adoptó nunca), habría renunciado desde el principio a cualquier intento de determinar la naturaleza Divina (salvo los lineamientos más básicos y generales) y lo que Él puede o no hacer, y con esto se habría evitado embrollos mayúsculos.
Hace unos 2.000 años, un Procurador romano ateo llamó a un sabio reputado (que además no era dogmático) para plantearle así, de sopetón: “¿Qué es más perfecto, las obras de D’s o las obras de los hombres?” La pregunta era maliciosa (tanto como la de la “piedra”), y dé por seguro que habría provocado el tropiezo de cualquier teólogo Xtiano. Nuestro sabio, en cambio, sin inmutarse contestó: “Las de los hombres”. El romano, que no cabía en sí de sorpresa (la respuesta inesperada lo había privado de la posibilidad de plantear las mil y una objeciones que se había preparado de antemano), exigió una explicación, y el sabio respondió como sigue: “Si le traen a Ud. una espiga (la “obra de D’s”) y un pan (la “obra del hombre”), ¿a cuál de los dos considerará más apto para su consumo?”
¿Una objeción válida?
Dawkins trae varias “refutaciones” clásicas de la Teoría de la Evolución, para acto seguido rebatirlas a su vez. La verdad, es que sus refutaciones me decepcionaron un poco: el problema principal, Dawkins lo ha evitado. No se trata aquí de si es posible, útil o engorroso para una jirafa desarrollar un cuello kilométrico a lo largo de miles de millones de años, o para un ave desarrollar sus alas en el mismo lapso temporal. La auténtica dificultad aparece cuando se trata de desarrollar habilidades sumamente complejas que además pueden ser letales para la especie que procura desarrollarlas.
Me refiero a casos “espinosos”, como la evolución posible desde una simple “culebra” hasta una “serpiente venenosa”, que implica el desarrollo de las glándulas que producen el veneno, los conductos a través de los dientes y por último (y esto es lo principal) el sistema que permita a esa misma serpiente no envenenarse con el propio veneno. Un problema similar lo representa la habilidad de la anguila eléctrica de producir una corriente megavóltica en fracciones de segundo, sin electrocutarse. ¡Qué no daríamos nosotros por fabricar un generador tan pequeño y tan potente! Otras especies con habilidades exóticas (por llamarlas de alguna manera) presentan la misma clase de objeción práctica.
Mire: una vez recibí un curso de “Introducción a la Programación de Sistemas”, y así comparando entendí que la cosa no puede ser tan sencilla como Dawkins pretende. Pongamos el caso de que Ud. tiene un Robot sentado en el sofá, y desea darle instrucciones (programarlo) para que realice una llamada telefónica desde un aparato ubicado en el cuarto contiguo. La cantidad de pasos puntuales necesarios para que esta “simple” acción sea finalmente efectuada exitosamente por el robot, es enorme. No lo detallaré aquí (no quiero alargar demasiado); si le interesa consulte este tema con cualquier programador profesional (el ejercicio no lo inventé yo. Sometiéndonos a él escogió iniciar su primer clase nuestro Profesor, y la verdad es que nos costó mucho "activar" nuestro robot: constantemente el Prof. nos objetaba que estábamos salteándonos pasos fundamentales. El famoso "Diagrama de Flujo" que pone un poco de orden en la tarea, nos los facilitó recién en la clase siguiente -¡el muy pícaro!-. Ese Diagrama de Flujo es quizás la reconstrucción lógica más formidable del modo en que debe producirse cualquier proceso de programación, no solo de sistemas, sino incluso de un hipotético desarrollo evolutivo que quiera llegar a buen puerto).
Ahora bien; el tema del robot es sencillo: simplemente aquí hay un programador que estudió el tema y sabe cómo dar las instrucciones a su robot, conoce los pasos necesarios y no se salteará ninguno. A la postre, nuestro programador conseguirá que el robot haga la llamada telefónica, así se necesiten 10.000 instrucciones puntuales para conseguirlo.
El problema con la Evolución es que partimos desde el axioma de que no existe un Programador. No hay Nadie allí dirigiendo el proceso evolutivo. ¡Es azaroso! En ese caso, quizás podemos coincidir en la posibilidad de que, con varios miles de millones de años invertidos en procesos azarosos, se desarrollarán alas operativas en las aves, o cuellos kilométricos en las jirafas. Con las serpientes venenosas, las anguilas eléctricas y demás “bichos” con habilidades letales, tenemos un problema más grave. La dificultad es estadística y significa que, faltando la dirección deliberada de un “programador” (las palabras clave son: Dirección e Intención), el proceso no tiene ninguna posibilidad estadística de concluir de una manera exitosa, ni en millones, ni en billones, ni en trillones de años.
Volviendo a nuestro robot, Ud. tiene que recordar que si el programador se salteó un único paso en sus 10.000 instrucciones, o entre ellas incluyó una única instrucción confusa, el objetivo deseado (la “llamada telefónica”) ¡no se conseguirá! No se trata aquí de si el robot va a hacerlo bien o mal. Simplemente, no lo hará (una vez más, estas son las palabras de mi Profesor, cuya exasperante exactitud comprobé por mí misma, al realizar mis primeros intentos –que fallaban cada 2 x 3 por insignificantes sandeces- de crear programas que funcionasen). Y sin embargo, conseguir esa “llamada telefónica” puede ser un ejercicio entretenido e inocuo. Si se falla en el intento, no se producirá ninguna consecuencia grave. De modo que se puede volver a intentarlo una y mil veces hasta que funcione. No pasa lo mismo cuando se experimenta con substancias tóxicas, explosivas, etc. Un insignificante error de procedimiento puede ser fatal. Así, el laboratorio de Fritz Haber voló por los aires durante un experimento (y falleció uno de sus colegas). Y en el Otto Krause (una Escuela Técnica especializada en Bs. As.), un profesor murió fulminado frente a sus alumnos al realizar una demostración durante la cátedra.
Desarrollar las letales habilidades antes citadas es mucho más complejo que pedirle a un robot que realice un llamado telefónico. Requiere de una cantidad mucho más elevada de pasos que, además, no admiten error. El más leve error, podría ser fatal para la especie que se encuentra en vías de desarrollar dichas habilidades. El hecho mismo de que dichas habilidades fuesen, no obstante, alcanzadas con tanto éxito por esas especies, constituye un dilema que no puede descartarse tan a la ligera (de hecho, y he aquí lo más enigmático: nunca se han hallado restos fósiles o cualquier otra prueba de la existencia de pasados “intentos fallidos”, cuando estadísticamente esos intentos fallidos deberían superar a los exitosos en una relación de vaya a saberse cuantos millones, a uno. También esto merece una atención especial que nadie le dedica).
Pero Dawkins “olvidó” este problema.
Por qué la Evolución no puede refutarse
No me he dormido en los laureles, ya ve. Admito que mi objeción (o cualquier otra que pueda plantear quién quiera intentarlo) es absolutamente inútil. Esto, por la sencilla razón de que los Evolucionistas son como los Teólogos (el discurso de Dakwins y sus colegas puede resumirse con facilidad, como sigue: “puesto que esta es la mejor manera que tenemos de suponer que los acontecimientos se han producido sin recurrir a D’s, luego, así es como deben haberse producido”). Léase: están interesados en sostener este Dogma contra viento y marea, y no lo abandonarán porque alguien les plantee objeciones estadísticas, de “programación de sistemas”, o las que sean. Simplemente, revisarán su discurso otra vez y adaptarán su retórica de manera tal que parezca que las objeciones no son tales (de hecho y desde que fuera propuesta por primera vez hará cosa de un siglo y medio, la Teoría de la Evolución ha estado… ¡evolucionando!, en atención a esa compulsiva necesidad de “explicarlo todo” que en su momento propició la caída de los escolásticos). Exactamente lo mismo que hará el teólogo si Ud. le refuta su Doctrina Trinitaria…
Por eso mismo, yo no pierdo tiempo refutando a los teólogos su estúpida doctrina trinitaria. ¡Allá ellos y que sean felices! Ni me interesa seguir refutando a Dawkins: sus objetivos me son muy claros y no coinciden en absoluto con los míos.
Paula Mariel Maggiotti
domovilu@gmail.com