Thursday, August 16, 2007

Carta del “Jefe Seattle

al Gobierno de los Estados Unidos,

que propuso comprar tierras a los indios en 1855


¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, la tibieza del suelo? La idea no tiene sentido para nosotros. Si no poseemos la frescura del aire o el brillo del agua, ¿cómo podéis querer comprarlos?

Cualquier parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cualquier hoja de pino, cualquier playa, la neblina de los bosques sombríos, el brillante zumbido de los insectos: todo es sagrado en la memoria y en la experiencia de mi pueblo. La savia que corre por el interior de los árboles lleva consigo las memorias del hombre Piel Roja.

Los muertos del hombre blanco se olvidan de la tierra donde nacieron cuando van a vagar por las estrellas. Nuestros muertos nunca se olvidan de esta tierra maravillosa, pues ella es la madre del hombre Piel Roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; los ciervos, los caballos, el águila majestuosa: todos son nuestros hermanos. Los picos de las montañas rocosas, la fragancia de los bosques, la energía vital del pony y del hombre: todo pertenece a una sola familia.

Así, cuando el Gran Jefe de Washington nos manda a decir que desea comprar nuestras tierras, está pidiendo mucho. Nos envía un mensaje diciendo que reservará un lugar donde podamos vivir con comodidad. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Si es así, tomaremos en cuenta su propuesta sobre la compra de nuestra tierra. Pero dicha compra no será fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros.

El agua límpida que corre por los arroyos y ríos, no es solamente agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendiéramos la tierra, tendréis que recordar que ella es sagrada y debéis recordar lo mismo a vuestros hijos; y que cualquier reflejo espectral sobre la superficie de los lagos, evoca acontecimientos y etapas de la vida de mi pueblo. El ruido de las aguas es la voz de nuestros ancestros. Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed, transportan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si os vendemos nuestra tierra, debéis recordar y enseñar a vuestros niños que los ríos son nuestros hermanos, los vuestros también, y debéis desde ese instante dar a los ríos el mismo afecto que dais a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser. Para él un pedazo de tierra no se distingue de otro cualquiera, pues es un extraño que viene de noche y roba [¡qué coincidencia! Mis Mapuches percibieron esto mismo, y por eso llamaron al blanco “huinca” = “cuatrero”. –Domovilu-] de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga; después que la somete y la conquista, se marcha en busca de otro lugar. Deja detrás de sí la sepultura de sus padres y no le importa. Secuestra los hijos de la tierra y no le interesa. Se olvida de la sepultura de sus padres y de la herencia de sus hijos. Trata a su madre, la tierra y a su padre, el cielo, como cosas que pueden ser compradas o robadas, como si fueran pieles de carnero o baratijas sin valor. Su apetito acabará por dejar a la tierra exhausta, dejando detrás de sí solo desiertos.

A esto no lo comprendo. Nuestro modo de ser es completamente diferente del vuestro. La visión de vuestras ciudades daña la vista del hombre Piel Roja. Quizás sea porque el hombre Piel Roja es un salvaje, y por eso no puede entender.

En las ciudades del hombre blanco no hay un solo lugar donde haya silencio, paz. Un solo lugar donde se pueda escuchar el murmullo de las hojas en primavera, el zumbido de las alas de un insecto. Quizás sea porque soy un salvaje, incapaz de comprender.

El ruido solo sirve para ofender los oídos. ¿Y qué vida es esa en que el hombre no puede escuchar el llamado solitario de la lechuza, o el croar de las ranas al borde de los charcos por la noche? El indio prefiere el suave susurrar del viento rizando la superficie de las aguas del lago, o la fragancia de la brisa purificada por la lluvia del mediodía, o aromatizada por el perfume de las piñas.

El aire es precioso para el hombre Piel Roja, pues de él todos se alimentan. Los animales, los árboles, el hombre: todos respiran el mismo aire. Al hombre blanco parece que no le importa el aire que respira. Como un cadáver en descomposición, es insensible al mal olor. Pero si os vendemos nuestra tierra, debéis recordar que el aire es de vital importancia para nosotros, pues proyecta su espíritu en todas las cosas que viven en él. El aire que nuestros abuelos aspiraron al primer vagido fue el mismo que les recibió el último suspiro.

Si os vendemos nuestra tierra, debéis conservarla exclusivamente como sagrada, como un lugar donde inclusive un hombre blanco pueda ir a aspirar la brisa aromatizada por las flores de los bosques. Solo así tendremos en cuenta vuestra propuesta de comprar nuestra tierra. Si nos decidiéramos a aceptarla, será bajo una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales de esta tierra como si fueran sus hermanos.

Soy un salvaje y no lo entiendo de otra manera. He visto millares de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por el hombre blanco que les dispara desde un tren en movimiento [voilà la maldad gratuita a que aludí en otro Post. –Domovilu-]. Soy un salvaje y no entiendo cómo el humeante caballo de hierro pueda ser más importante que el búfalo, que cazamos solamente para mantenernos vivos.

¿Qué será del hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría de soledad espiritual. Aquello que ocurra a los animales puede afectar a los hombres. Todo está relacionado.

Debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo que pisan simboliza las cenizas de nuestros antepasados. Para que ellos respeten la tierra, enseñadle que es rica para la vida de los seres de todas las especies. Enseñadles lo que enseñamos a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Cuando el hombre escupe la tierra, se está escupiendo a sí mismo.

De una cosa estamos seguros: la tierra no pertenece al hombre blanco. Es él quien pertenece a la tierra. De eso tenemos certeza. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. Todo está asociado. Lo que hiere a la tierra, hiere también a sus hijos. El hombre no teje la tela de la vida. Es más bien uno de sus hilos. Lo que haga a esa tela, se hace a sí mismo.

Inclusive el hombre blanco, a quien D’s acompaña y con quien conversa como amigo, no puede escapar a ese destino común. Tal vez seamos hermanos, después de todo. Ya lo veremos. Una cosa sabemos que probablemente el hombre blanco descubrirá algún día: nuestro D’s es su mismo D’s. Podéis pensar que hoy solamente vosotros lo poseéis, como deseáis poseer la tierra, pero no podéis. El es el D’s de la Humanidad y Su compasión es igual tanto para el hombre blanco como para el hombre Piel Roja. Esta tierra es querida por Él, y ofender la tierra es insultar a su Creador. Los blancos también pasarán, tal vez antes que otras tribus. Contaminad vuestra cama, y una noche os ahogaréis entre vuestra propia inmundicia.

Pero vosotros pensáis que resplandeceréis alto, iluminados por la fuerza del D’s que os trajo a esta tierra y, por algún favor especial, os otorgó dominio sobre ella y sobre el hombre Piel Roja. Este destino nos es un misterio, pues no concebimos cómo será el día en que el último búfalo sea diezmado, los caballos salvajes – domesticados, los secretos de los bosques – invadidos por el hedor del sudor de muchos hombres.

¿Dónde está la selva? – Desapareció…

¿Dónde está el águila? – Desapareció…


El fin del vivir y el comienzo del sobrevivir

Wednesday, August 8, 2007

Un poco sobre Dawkins (II)


Teología…

Bueno, espero que ha disfrutado mi broma anterior. Y es que prácticamente, eso es todo lo que tengo para decir de él. Pero claro, una afirmación semejante merece ser explicada, o quedará relegada a la mera categoría de ocurrencia jocosa…

Pues bien, ya dije en otro lado que en los inicios de su historia, los teólogos Xtianos se “enredaron en sus dogmas”. Desde entonces dan lástima, pues todavía no se han desenredado. Allí siguen ellos, con sus estériles discusiones en torno a la “transubstanciación”, cómo se produce, por qué no es visible, y demás sandeces relacionadas. O tratando de explicar “el Misterio de la Trinidad”, cómo tres personas separadas e independientes pueden ser en realidad una sola, si el asunto es comparable a una misma tela que presenta tres pliegues, o si es comparable a conceptos más abstractos, como lo que conoce, es conocido, y es cognoscible, blá, blá, blá.

La verdad, todas estas sandeces (y las demás), no merecen siquiera refutarse. Quienquiera tiene un poco de seso y no está adoctrinado las rechaza de plano, sin siquiera dignarse a esgrimir razonamientos demoledores. Además, no viene al caso discutir con un teólogo: para él, todas estas son cuestiones de fe, no de lógica.

Es importante que convengamos en este punto, pues en esta identificación del Dogma no como “medio”, sino como “fin”, se basa el resto de mi exposición.

Por lo pronto, permítame seguir analizando la política de los teólogos eclesiásticos; pues aquí acabo de introducir de contrabando otra “novedad” que debo aclarar. Cuando dije que el Dogma no es medio, sino fin, quise decir esto: volviendo al ejemplo de la “transubstanciación”, el teólogo ya ha definido su postura de antemano (o acepta este dogma –si es católico-, o lo rechaza –si es protestante-); una vez que él ha establecido su postura, ha perdido el interés por dilucidar la “verdad” o “falsedad” del mismo. A partir de ahora, lo único que él se propone es demostrarlo, sustentándolo con palabras. Por esto mismo, a partir de este punto yo pierdo mi interés en su discurso: no me conmueven los rebuscadísimos argumentos que él desarrollará (aunque le reconoceré su habilidad retórica si consigue formular algo de apariencia coherente); lo que es a mí, en lugar de convencerme me dejarán dormida.

Y para peor, este es el momento de recordar lo que ya afirmé líneas arriba: no tiene caso discutirles a esos teólogos. Incluso si Ud. derriba todos sus argumentos (tarea en absoluto sencilla, ya que Ud. necesita estar como mínimo en su nivel retórico, y esto es difícil para la persona común. ¡Ellos son realmente muy hábiles!) no conseguirá moverlos ni un ápice de sus dogmas. Simplemente, buscarán argumentos nuevos (si es posible, de apariencia y construcción más compleja, para dificultarle a Ud. las cosas). Veamos un caso típico y conocido:

Los teólogos eclesiásticos proponían el siguiente dogma axiomático: todo lo que hace D’s, es perfecto. Tiene su lógica, ¿verdad? Digamos que un D’s “chapucero” es difícilmente concebible, de modo que quien cree en D’s no puede más que asumir este dogma (más abajo le demostraré que no es así). A esto sumemos la idea aristotélica (elevada a su vez, a dogma) de que las transformaciones solamente se producen en el “mundo sublunar”; es decir, que más allá de la esfera terrestre “todo es inmutable” (esto casi equivale a elevar a los astros y demás cuerpos celestes a la categoría de divinidades, pero por algún motivo los escolásticos no vislumbraron esta dificultad).

Listo. A partir de ahora, quienquiera utilice un catalejo para observar los cráteres de la Luna, es un hereje. Ud. puede obligar al mismísimo Pontífice a pegar su ojo a la lente y mirar, pero no le servirá. Él ya encontrará la manera de denunciar la “naturaleza demoníaca” del telescopio que inventa realidades inexistentes (de nada le servirá a Ud. tampoco, mostrarle que el mismo aparato también puede ayudarlo a ver a las mil maravillas y sin modificar el menor detalle, esa torre situada a 30 kilómetros de distancia que él conoce muy bien), y que muestra una luna fea e imperfecta llena de cráteres, en lugar de mostrarla hermosa y lisa como D’s tiene que haberla hecho y como debe haber quedado desde entonces, dada la veracidad irrefutable de los dos dogmas que ya mencioné.

La verdad, nuestros problemas comienzan cuando nos queremos meter a “Guías de D’s”. Quiero decir, cuando nosotros tratamos de decidir qué es lo que Él puede o debe hacer, y qué no (otro caso típico: la idea inicial de Kepler de relacionar los movimientos planetarios con los sólidos perfectos, que le hizo perder valiosos años en cálculos inútiles antes de desecharla). En el momento que empezamos con esto, nos enredamos. Dicho de otra manera: ¿y por qué no puede D’s crear una Luna “fea”, o permitir que se “afee” con el tiempo? ¿O por qué debería Él atenerse a nuestros parámetros de lo que es lindo y lo que es perfecto? Pero por algún motivo, esos escolásticos no vislumbraron tampoco esta dificultad.

Y esta dificultad tiene un nombre: se llama SOBERBIA. Ponernos en el papel de “Guías de D’s” es una actitud soberbia e insolente. Lamentablemente, esta ha sido la actitud de la Ec. desde sus primeros días y hasta hoy, pasando por la cúspide máxima de su expresión (afortunadamente, ya superada) alcanzada con la creación de un Tribunal de la Inquisición.


y retórica

Aquí es donde Dawkins (y otros como él) me recuerda a los Escolásticos. También él se empantana en los “dogmas”, en tratar de definir qué es o no es D’s, qué puede o no puede hacer, para luego procurar refutarlo. Esto me recuerda el famoso planteo que algunos ateos maliciosos gustan de formular a los creyentes intuitivos (es decir, que no han intentado una formulación profunda o lógica de su fe, sino que simplemente “creen porque lo sienten así”):


Si D’s es “Todopoderoso”,

¿Puede Él crear una piedra que no pueda levantar?


La mayoría de los ateos militantes están muy orgullosos de este planteo aparentemente demoledor (a los cándidos “intuitivos” los suele dejar congelados), que sin embargo tiene una respuesta sencilla y es…


¡No!


Si D’s es Todopoderoso, NO puede crear una piedra que NO pueda levantar”. Porque aquí, decir NO poder NO equivale a afirmar que, en efecto, ES “Todopoderoso”. No se trata más que de un juego semántico con las leyes más básicas de la lógica, que establecen:


Negación de Negación,

ES Afirmación.


Con cosas infantiles como ésta, se enreda Dawkins. Pero todo esto ¡también es vanidad y perseguir el viento! (Y conste que con eso me refiero a mi propia "demostración lógica") Veamos por qué.


La palabra como límite

Los seres humanos hemos creado códigos de comunicación llamados “lenguajes”, mediante los cuales nos proponemos trasmitir hechos, conceptos, etc. Sin embargo y pese a nuestra habilidad en el uso de estos códigos, no podemos olvidar dos pequeñas pero trascendentes limitaciones.

1ª) Cada lenguaje es una expresión de la idiosincrasia colectiva del pueblo que lo utiliza. Así es que hay palabras en algunos idiomas que no tienen traslación puntual a otros (quiero decir, lo que en un idioma se expresa con un único vocablo, en otro necesita explicarse con una frase completa). Otras veces, un idioma realiza distinciones que los demás han pasado por alto. Mi ejemplo favorito de esto último, es la distinción que hacemos en Castellano (inexistente en otros idiomas) entre los verbos “ser” y “estar”. Yo solo caí en la cuenta de la peculiaridad hispánica de esta distinción, al observar la terrible dificultad que tienen los extranjeros que están aprendiendo el Castellano, a la hora de decidir cuándo utilizar uno u otro verbo. Tras mucho buscar la manera de resolverles el conflicto dándoles una regla que los guíe siempre sin error, acabé explicándoles lo siguiente: “se trata de la diferencia existente entre esencia y situación circunstancial” Digamos por ejemplo que Ud. puede ser optimista (esta es su “esencia”), pero ahora está triste (esta es su “situación circunstancial”). Parece rebuscado, pero en la práctica funciona: aquellos a los que ofrecí esta definición, nunca han vuelto a marearse con dichos verbos.

2ª) Las palabras buscan definir hechos, cosas, conceptos; pero no son esos hechos, cosas, conceptos. Parece una perogrullanda, pero vea por qué no lo es. Cuando nosotros hablamos de D’s como “todopoderoso”, “no puede no poder”, etc., en realidad estamos procurando definir con palabras muy limitadas, conceptos que nos trascienden. Puestos en este pobre oficio, es inevitable que acabemos “enredándonos con las palabras”. Ya bastante difícil nos resulta encontrar definiciones para cosas más concretas y cotidianas, como “qué es la vida”.

Hace 100 años Ernst Mach negaba la existencia de los átomos aduciendo retóricamente: “¿Ud. vio alguno?” Mach tenía una parte de razón: había que “ver” al átomo de alguna manera, para terminar de entender de qué se trata, definirlo y darlo por “existente”. Eso se consiguió en las décadas que siguieron a su negación escéptica, y recibimos la más contundente confirmación de la presencia del átomo… en Hiroshima y Nagasaki, claro está.

Todavía hay una discusión irresuelta respecto de la naturaleza de la Luz, si son “ondas” o “partículas”. En algunos casos se comporta como lo primero, y en otros como lo segundo. En realidad, por supuesto, la “Luz” no es “ondas” ni “partículas”. Sencillamente, es “ella misma”; no ha dejado de ser lo que es, desde que fallamos un poco a la hora de definirla con palabras de una manera asequible a nuestra facultad de raciocinio. Reconozcamos que el problema no está en “la Luz”, sino en las limitaciones de nuestro lenguaje, que a su vez nacen de nuestras limitaciones cognitivas. Quizás algún día superemos este escollo, quizás no. Eso, a “la Luz” le tiene sin cuidado: ella seguirá siendo lo que es y haciendo lo que hace, sepamos definirlo o no.

Si con la luz nos embrollamos. ¿Cómo no íbamos a embrollarnos con D’s? Y sin embargo, nuestros embrollos no bastan para demostrar su no-existencia. Simplemente, son otra prueba más de las limitaciones de nuestro lenguaje: de nuestra incapacidad de abarcarlo con palabras. ¡Y se supone que así debe ser, si se trata de “Algo” que nos trasciende! Piense con lógica: si pudiésemos colocarlo bajo el microscopio, estudiarlo y explicarlo de una manera definitiva y fuera de cualquier duda, eso significaría que, como Entidad, es muy inferior a nosotros. Desde el momento en que se entiende que nos supera, también se entiende que nos “enredemos” al hablar de Él (en el supuesto de que una hormiga procurara explicarnos a nosotros con su lenguaje, o abarcarnos con su intelecto, es de suponer que se enfrentaría a dificultades similares).


¿Cuán “perfecto” es lo que hace D’s?

Le había prometido volver a este tema, y por cierto que aquí viene al caso. Ya vimos como la Ec. tropezó (y cayó en redondo) a causa de este escollo, hace tan solo unos cuatrocientos años (cuando se inventó el telescopio). Eso le pasó por dogmática, y la verdad es que se lo tenía bien merecido. De haber sido más humilde (ella siempre trató de inculcar la humildad en los demás, pero para ella misma no la adoptó nunca), habría renunciado desde el principio a cualquier intento de determinar la naturaleza Divina (salvo los lineamientos más básicos y generales) y lo que Él puede o no hacer, y con esto se habría evitado embrollos mayúsculos.

Hace unos 2.000 años, un Procurador romano ateo llamó a un sabio reputado (que además no era dogmático) para plantearle así, de sopetón: “¿Qué es más perfecto, las obras de D’s o las obras de los hombres?” La pregunta era maliciosa (tanto como la de la “piedra”), y dé por seguro que habría provocado el tropiezo de cualquier teólogo Xtiano. Nuestro sabio, en cambio, sin inmutarse contestó: “Las de los hombres”. El romano, que no cabía en sí de sorpresa (la respuesta inesperada lo había privado de la posibilidad de plantear las mil y una objeciones que se había preparado de antemano), exigió una explicación, y el sabio respondió como sigue: “Si le traen a Ud. una espiga (la “obra de D’s”) y un pan (la “obra del hombre”), ¿a cuál de los dos considerará más apto para su consumo?”


¿Una objeción válida?

Dawkins trae varias “refutaciones” clásicas de la Teoría de la Evolución, para acto seguido rebatirlas a su vez. La verdad, es que sus refutaciones me decepcionaron un poco: el problema principal, Dawkins lo ha evitado. No se trata aquí de si es posible, útil o engorroso para una jirafa desarrollar un cuello kilométrico a lo largo de miles de millones de años, o para un ave desarrollar sus alas en el mismo lapso temporal. La auténtica dificultad aparece cuando se trata de desarrollar habilidades sumamente complejas que además pueden ser letales para la especie que procura desarrollarlas.

Me refiero a casos “espinosos”, como la evolución posible desde una simple “culebra” hasta una “serpiente venenosa”, que implica el desarrollo de las glándulas que producen el veneno, los conductos a través de los dientes y por último (y esto es lo principal) el sistema que permita a esa misma serpiente no envenenarse con el propio veneno. Un problema similar lo representa la habilidad de la anguila eléctrica de producir una corriente megavóltica en fracciones de segundo, sin electrocutarse. ¡Qué no daríamos nosotros por fabricar un generador tan pequeño y tan potente! Otras especies con habilidades exóticas (por llamarlas de alguna manera) presentan la misma clase de objeción práctica.

Mire: una vez recibí un curso de “Introducción a la Programación de Sistemas”, y así comparando entendí que la cosa no puede ser tan sencilla como Dawkins pretende. Pongamos el caso de que Ud. tiene un Robot sentado en el sofá, y desea darle instrucciones (programarlo) para que realice una llamada telefónica desde un aparato ubicado en el cuarto contiguo. La cantidad de pasos puntuales necesarios para que esta “simple” acción sea finalmente efectuada exitosamente por el robot, es enorme. No lo detallaré aquí (no quiero alargar demasiado); si le interesa consulte este tema con cualquier programador profesional (el ejercicio no lo inventé yo. Sometiéndonos a él escogió iniciar su primer clase nuestro Profesor, y la verdad es que nos costó mucho "activar" nuestro robot: constantemente el Prof. nos objetaba que estábamos salteándonos pasos fundamentales. El famoso "Diagrama de Flujo" que pone un poco de orden en la tarea, nos los facilitó recién en la clase siguiente -¡el muy pícaro!-. Ese Diagrama de Flujo es quizás la reconstrucción lógica más formidable del modo en que debe producirse cualquier proceso de programación, no solo de sistemas, sino incluso de un hipotético desarrollo evolutivo que quiera llegar a buen puerto).

Ahora bien; el tema del robot es sencillo: simplemente aquí hay un programador que estudió el tema y sabe cómo dar las instrucciones a su robot, conoce los pasos necesarios y no se salteará ninguno. A la postre, nuestro programador conseguirá que el robot haga la llamada telefónica, así se necesiten 10.000 instrucciones puntuales para conseguirlo.

El problema con la Evolución es que partimos desde el axioma de que no existe un Programador. No hay Nadie allí dirigiendo el proceso evolutivo. ¡Es azaroso! En ese caso, quizás podemos coincidir en la posibilidad de que, con varios miles de millones de años invertidos en procesos azarosos, se desarrollarán alas operativas en las aves, o cuellos kilométricos en las jirafas. Con las serpientes venenosas, las anguilas eléctricas y demás “bichos” con habilidades letales, tenemos un problema más grave. La dificultad es estadística y significa que, faltando la dirección deliberada de un “programador” (las palabras clave son: Dirección e Intención), el proceso no tiene ninguna posibilidad estadística de concluir de una manera exitosa, ni en millones, ni en billones, ni en trillones de años.

Volviendo a nuestro robot, Ud. tiene que recordar que si el programador se salteó un único paso en sus 10.000 instrucciones, o entre ellas incluyó una única instrucción confusa, el objetivo deseado (la “llamada telefónica”) ¡no se conseguirá! No se trata aquí de si el robot va a hacerlo bien o mal. Simplemente, no lo hará (una vez más, estas son las palabras de mi Profesor, cuya exasperante exactitud comprobé por mí misma, al realizar mis primeros intentos –que fallaban cada 2 x 3 por insignificantes sandeces- de crear programas que funcionasen). Y sin embargo, conseguir esa “llamada telefónica” puede ser un ejercicio entretenido e inocuo. Si se falla en el intento, no se producirá ninguna consecuencia grave. De modo que se puede volver a intentarlo una y mil veces hasta que funcione. No pasa lo mismo cuando se experimenta con substancias tóxicas, explosivas, etc. Un insignificante error de procedimiento puede ser fatal. Así, el laboratorio de Fritz Haber voló por los aires durante un experimento (y falleció uno de sus colegas). Y en el Otto Krause (una Escuela Técnica especializada en Bs. As.), un profesor murió fulminado frente a sus alumnos al realizar una demostración durante la cátedra.

Desarrollar las letales habilidades antes citadas es mucho más complejo que pedirle a un robot que realice un llamado telefónico. Requiere de una cantidad mucho más elevada de pasos que, además, no admiten error. El más leve error, podría ser fatal para la especie que se encuentra en vías de desarrollar dichas habilidades. El hecho mismo de que dichas habilidades fuesen, no obstante, alcanzadas con tanto éxito por esas especies, constituye un dilema que no puede descartarse tan a la ligera (de hecho, y he aquí lo más enigmático: nunca se han hallado restos fósiles o cualquier otra prueba de la existencia de pasados “intentos fallidos”, cuando estadísticamente esos intentos fallidos deberían superar a los exitosos en una relación de vaya a saberse cuantos millones, a uno. También esto merece una atención especial que nadie le dedica).

Pero Dawkins “olvidó” este problema.


Por qué la Evolución no puede refutarse

No me he dormido en los laureles, ya ve. Admito que mi objeción (o cualquier otra que pueda plantear quién quiera intentarlo) es absolutamente inútil. Esto, por la sencilla razón de que los Evolucionistas son como los Teólogos (el discurso de Dakwins y sus colegas puede resumirse con facilidad, como sigue: “puesto que esta es la mejor manera que tenemos de suponer que los acontecimientos se han producido sin recurrir a D’s, luego, así es como deben haberse producido”). Léase: están interesados en sostener este Dogma contra viento y marea, y no lo abandonarán porque alguien les plantee objeciones estadísticas, de “programación de sistemas”, o las que sean. Simplemente, revisarán su discurso otra vez y adaptarán su retórica de manera tal que parezca que las objeciones no son tales (de hecho y desde que fuera propuesta por primera vez hará cosa de un siglo y medio, la Teoría de la Evolución ha estado… ¡evolucionando!, en atención a esa compulsiva necesidad de “explicarlo todo” que en su momento propició la caída de los escolásticos). Exactamente lo mismo que hará el teólogo si Ud. le refuta su Doctrina Trinitaria…

Por eso mismo, yo no pierdo tiempo refutando a los teólogos su estúpida doctrina trinitaria. ¡Allá ellos y que sean felices! Ni me interesa seguir refutando a Dawkins: sus objetivos me son muy claros y no coinciden en absoluto con los míos.


Paula Mariel Maggiotti

domovilu@gmail.com

Un poco sobre Dawkins (I)






Dawkins me recuerda a los Escolásticos.

¿Hemos entendido la Biblia?


A continuación, unos planteos bíblicos que quizás nunca se hizo.

Nota: La traducción es mía.


Cielo y Tierra

En el principio creó D’s los cielos y la Tierra. Y la Tierra estaba caótica. Y oscuridad sobre la faz del abismo. Y el viento de D’s flotando sobre la superficie de las aguas.”

1: ¿Cuándo y cómo creó D’s los cielos, la Tierra, el abismo, las aguas? ¿Debemos contar ese “principio” como parte de los 6 días, o como un suceso anterior?

2: ¿A qué “cielos” se refiere?, ¿qué había en ellos?

3: ¿Qué es “el abismo”?

4: ¿Qué es “el viento de D’s”?


La luz, el Sol, y la medida del tiempo

Y dijo D’s: «Que haya luz». Y hubo luz […]. Y dijo D’s: «Que hayan luminarias en el firmamento de los cielos, para distinguir entre el día y la noche, y servirán para señales y fechas y días y años […]». Y D’s hizo las dos luminarias grandes […]. Y fue el atardecer y fue la mañana: cuarto día.”

1: ¿Qué clase de “luz” había antes de que el Sol, la Luna y las estrellas fuesen creados?

2: ¿Qué diferencia hay entre “firmamento” y “cielos”?, ¿qué viene a ser cada cual?

3: Si los astros fueron creados en el cuarto día, ¿qué clase de “días” hubo antes?, ¿podían ser “días de 24 horas”?, ¿de qué manera se midieron?


El ser humano

Y dijo D’s: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza […]». Y creó D’s al ser humano a su imagen. A imagen divina lo creó. Macho y hembra los creó. […] Y D’s formó al ser humano del polvo de la tierra, y sopló en sus narices un alma de vida, y el ser humano fue un alma viviente.”

1: ¿Qué significa esa “imagen y semejanza”?

2: ¿Por qué esa necesidad de “formarlo” artesanalmente? ¡De los demás animales no se dice que tomaran tanto “trabajo”!

3: ¿Qué significa “sopló en sus narices una alma de vida”?, ¿acaso no se podía vivir sin eso? ¡Tampoco de los animales se dice que necesitaran de semejante soplo, y sin embargo viven!


Hay más preguntas, claro. Yo sólo enumeré las principales dentro de un amplio repertorio. Tampoco me propongo ahora dar respuesta a todas esas cuestiones; ni soy dueña de todas las respuestas. Pero sí daré un panorama general, dentro de mis posibilidades, con el único objeto de demostrar que quizás hasta ahora no hemos estado entendiendo la Biblia como es debido.

En parte, el problema radica en que nunca hemos leído la Biblia en sí. Sino en el mejor de los casos, traducciones simplistas; y en el peor de los casos, meros relatos bíblicos adaptados a un público infantil. De ahí que es casi seguro, que los interrogantes que acabo de plantear le han parecido novedosos.

Nota: los números que siguen a continuación no se corresponden con los detallados arriba.


Cosmología:

1: Antes de enunciar lo sucedido en cada “día” de la creación, se parte de un cielo y una Tierra previamente “hechos” por D’s. Luego, posiblemente los famosos “seis días” no deban contarse desde la creación del Cosmos, sino desde que el Orden reemplazó al Caos en los negocios terrestres.

2: Cuesta entender qué “luz” podía haber antes de la creación de los astros. Lo más plausible es que aquí no se refiera pues a “luz” óptica, sino a “energía”.

3: Más intrigante es que se hable de “día” y “noche” antes de la creación de los astros. Una posibilidad es que los astros también deban considerarse como “ya creados” en ese remoto “principio” al que se alude antes de iniciar la cuenta de los “6 días” y lo en ellos acontecido. Luego, “en el principio creó D’s los cielos” debería entenderse como “los cielos con todo lo que contienen”.

4: Si es así, ¿para qué volvería a crearlos en el cuarto día?: Una posibilidad es que, en el cuarto día, los astros se hicieron visibles desde la superficie de la Tierra. Es decir que antes la atmósfera puede haber estado permanentemente cubierta de nubes muy espesas que imposibilitaban la visión del firmamento. Esto también resolvería la cuestión de cómo podía haber luz previamente: las radiaciones solares llegaban a la superficie aunque el Sol mismo no pudiese verse desde ella.

5: Esto también resuelve otra cuestión no planteada anteriormente: que fuera posible el desarrollo de la flora terrestre en el tercer día, es decir antes de que el Sol fuese “formado”. En este caso, la radiación solar que alcanzaba a llegar hasta la superficie favoreció el desarrollo de dicha flora primitiva, incluso antes de que el Sol mismo fuese visible desde ella.

6: Si el Sol existía desde antes, entonces los “seis días” podrían tomarse con bastante literalidad. Pero si el Sol “nació” recién en el cuarto día, entonces ninguno de los “días” puede tomarse en forma literal. En ese caso (y quizás en ambos), se trató de una única medida de tiempo, establecida pura y exclusivamente al fin de demarcar de alguna manera los períodos cósmicos en que los dichos sucesos se desarrollaron. Que “día” no necesariamente son 24 horas, lo demuestra otro versículo “Porque mil años son a Tus ojos como el día de ayer que pasó” (Salmos).


La Humanidad:

Imaginar a un D’s que juega con el barro y luego sopla en las narices de un muñeco recién formado suena bastante burdo, ¿no? Máxime cuando, como ya le hice notar, nada de esto pareció necesario a la hora de formar al resto de las criaturas vivientes. Lo más posible es que esto, como la alusión a la “imagen y semejanza”, sea una metáfora que busca definir a grandes rasgos la esencia de la naturaleza humana.

El “polvo de la tierra” bien puede significar lo más bajo y despreciable; aquello que es pisoteado al andar sin siquiera prestarle atención. No sólo que como humanos tenemos mucho defectos bajos y despreciables como esos sino que lamentablemente, también adolecemos de una deleznable tendencia a pisotearnos los unos a los otros, como si los unos no valiéramos a los ojos de los otros, ni más ni menos que “el polvo de la tierra”. Si a esto quiso referirse la Biblia, ¡nunca pudo estar más acertada!

En cambio, la “imagen y semejanza” vendría a ser todo lo que de sublime tiene el ser humano: sus insólitas cualidades altruistas, su capacidad para la entrega, sus escrúpulos morales que entran en abierta contradicción con la plena satisfacción de los bajos instintos antes mencionados, etc.

Por su parte, ese “soplo en las narices” quiere agregar otro ingrediente: la capacidad del habla, que es la distinción más notable entre humanos y animales. Fuera de esa habilidad (para la que hacemos uso, precisamente, del aire) y hablando en términos biológicos, no hay mayores diferencias entre nosotros y ellos.


Apéndice:

Algunos detalles de interés:

1: Las traducciones habituales suelen enredarse a la hora de distinguir entre los términos “Ser Humano” (Adam), “Hombre – Mujer” (Ish – Ishá), “macho y hembra” (Zajar u-Nekevá) [entre otros muchos conceptos de apariencia similar que originan enredos].

2: “Ser Humano” (Adam) está etimológicamente relacionado con “tierra” (Adamá).

3: Hay dos términos distintos que en Castellano se traducen igual, y eso también da pie a confusiones. La “tierra” (terreno) que pisamos = Adamá. El Planeta “Tierra” = Áretz. He buscado distinguir entre ambos mediante el uso alternativo de mayúscula – minúscula.

4: “Cielo” y “Agua”, en hebreo son plurales que no admiten singular. Dado que en lo dos casos el Castellano admite ambas formas sin que el significado se altere por ello, es posible respetar la forma plural al traducir, aunque tampoco es imprescindible.

5: Y en general, la traducción del hebreo bíblico al Castellano presenta muchas dificultades. La dificultad mayor afecta a los términos con más de un significado. Al ser traducidos, finalmente se ven reducidos también a una única acepción (la que el traductor escogió plasmar), con lo que el texto bíblico pierde muchas posibilidades interpretativas. Las mismas son mucho más amplias de lo que el lector de textos traducidos se atrevería a sospechar. Pondré por caso una de las definiciones habituales con que en hebreo se busca aludir a D’s:


Ein-Sof

Puede traducirse como:

Interminable”

Pero también como

La Nada Final”


¡Y ahora, entiéndalo!


Paula Mariel Maggiotti

domovilu@gmail.com


P.D.: De principio a fin, el presente artículo se circunscribe en el ámbito de la mística, en el que por lo general no gusta introducirme. Simplemente, que en lo personal no necesito de la mística para que me explique nada, ni veo utilidad práctica alguna en una excesiva ocupación en divagaciones místicas.

Si mencioné aquí estos asuntos, es solo para abrirle una ventana a otras posibilidades de interpretación del texto bíblico. También para demostrarle que el mero hecho de preguntar no necesariamente tiene que ser “ilícito”, sino lo contrario. Eso sí, siempre y cuando no nos contentemos con la pregunta, sino que a partir de ella indaguemos por su respuesta, o por lo menos no dejemos de ser conscientes de que alguna (y quizás más de una) respuesta tiene que haber.

Por último, tampoco pretendo que salga Ud. corriendo a estudiar la Biblia. Sino sólo que sepa que hasta ahora no la ha conocido Ud. en lo más mínimo, aunque siempre creyera lo contrario.

Sobre el ateísmo actual (y sus responsables)


Había preparado otro texto, pero me contuve un día tras otro y no te lo envié. Sucede que a veces antes de actuar me detengo, recapacito, y no siempre persisto en mi primera intención. El texto que retuve es quizás un poco combativo, aunque menos que los anteriores (pues, lo mismo que el presente, no analiza dogmas). Si por lo pronto no te lo envié es porque dudo de su utilidad. En cambio, ahora quisiera hablar un poquito acerca de mí. Y acerca de ti, ¿me permites?

Sobre ti, quería hacerte notar lo nada que sé. De lo que pusiste en el famoso Post de Garufa, había creído entender que fuiste educado en el Catolicismo (como cualquier buen español), que en algún momento te alejaste, y que más tarde te retractaste y regresaste a una fe más comprometida. Además, me pareció que eras de esos que “creen en Jesús pero no en los curas”. O por lo menos, de esos que no consideran que la estatura ética de los creyentes coincida precisamente con su posición jerárquica dentro de la Curia. Así, la talla moral de la sencilla feligresía podría superar la de los purpurados. Una afirmación muy atrevida para venir de boca de un católico.

¿Has dado una impresión equívoca de ti mismo? Así me pareció al recibir tus respuestas privadas. ¿Posees pues dos imágenes: una pública y otra privada? Por cierto, si lo que te has propuesto es confundirme ya lo has conseguido. Dudoso honor.

También yo fui educada en un catolicismo riguroso, y no te engaño: al catolicismo lo conozco bien, por dentro. También yo tuve una etapa de alejamiento decepcionado. También yo regresé a una fe más comprometida a falta de mejor opción. También yo me sentí entonces muy cómoda con mi catolicismo, liberada de la incertidumbre. El dogmático nunca duda: él tiene todas las respuestas preparadas de antemano. Ni siquiera necesita elaborar esas respuestas: otros le ahorraron el esfuerzo. Eso es muy cómodo. Eso, por no hablar de la autocomplacencia derivada de sentirse “iluminado” por una fe de la que carecen los demás. ¡Y los demás son el 90% de la Humanidad!

¡El 90%!: ¿no estoy exagerando? Pues no, Uberri: presta atención al océano de ateísmo que nos rodea. Incluso quienes de alguna manera todavía conservan cierto tipo de creencia Xtiana: ya se han apartado radicalmente de cualquier dogma, incluso “protestante”. Cada cual se forja su fe a su propia imagen y semejanza, de acuerdo a su conveniencia, intereses y estatura moral.

Toma el caso de mi madre, que solo asiste a misa para Pascua y Navidad: nunca se confiesa, porque no cree en ese sacramento. ¡Pero lo que es comulgar, comulga! ¿Qué significa esto?: ha de creerse en “gracia divina permanente”… Jamás abre una Biblia; ni siquiera los Evangelios. Hace quince años, cuando tenía dudas o inquietudes consultaba… el I-Ching. Ocho años más tarde descubrió una nueva sandez: no sé que barajas estúpidas (me las describió ella) con unos dibujos y consejos necios de “ángeles”. A partir de allí, antes de tomar decisiones importantes barajaba la sandez ésa. No obstante ella se siente Xtiana, proclamando a voces su fe en un Jesús al que ni siquiera conoce (¿cómo lo conocería sin leer los Evangelios?), y su adhesión a un “D’s del Amor que nunca castiga y siempre perdona”. Ella me vino con reclamos a mí, cuando decidí establecer una relación directa con D’s prescindiendo de intermediarios. Se sintió profundamente traicionada. ¿A fuer de qué?

Ahora que crees entender de dónde provengo y qué ejemplo tan edificante recibí, desengáñate: hace treinta años mi madre era tan archicatólica como el mejor. Asistía a misa todos los domingos, se confesaba con regularidad y comulgaba como establecen los sacramentos; daba dádivas a la Ec, y ante cualquier situación crucial consultaba a su confesor. ¿Qué es lo que la enfrió, apartándola de la Ec. hasta tal punto?

Lo mismo que ha enfriado y apartado a tantos: la decepción.

¿Recuerdas lo que dijo Jesús: “haced como ellos dicen, pero no como ellos hacen”?: nada se aplica mejor a la Ec. Institucionalizada. Solo hay que abrir los ojos y ver: recorrer con valentía esa larga historia de atropellos, injusticias y genocidios Xtianos, cometidos en nombre de Jesús y con la bendición o la anuencia papal. Si no sabes reconocer esta realidad, es que nunca has sido ni la mitad de lo libre que pretendes, sino lo contrario (a no ser que libertad signifique, que los católicos pueden hacer lo que les venga en gana sin sentir remordimientos por ello, conforme a la Doctrina Paulina): vives tan enceguecido por el Dogma, que ya ni siquiera eres capaz de admitir los hechos que te incomodan. ¡Pero desconocer la Historia no la borra! Los hechos permanecen, cobrándose su precio.

Ese precio es la oleada de ateísmo y descreimiento que hoy invade al mundo, arrasando con las almas y socavando los cimientos de la Sociedad. Piensa en esto, pues merece la pena detenerse en el particular: no todos los ateos, descreídos y disidentes (los Daven, Garufa, Wnefron, Almadeguerrero y demás, que abundan en Libro de Arena y por doquier) lo son por maldad. Son muchos los que caen en esto por vía de la decepción. ¿Y cómo no se decepcionarían, cuando tú mismo admites la liliputiense talla moral de la Curia? ¿Cómo no se decepcionarían con la cantidad de abusos, atropellos e injusticias flagrantes cometidos por la Ec. desde su fundación y hasta la fecha?

Permíteme recordarte uno de tantos nombres infaustos: el “Santo” Oficio. ¿De qué sirve que hoy digas que ese no fue auténtico Xtianismo? Gracias a la eficiencia de su labor, tú eres católico hoy. Pero gracias al legado de esa misma institución, muchos otros que podrían serlo, ya no lo son. Porque con esta horrenda actividad “sagrada”, la Ec. enseñó que quien no piensa como uno, merece la hoguera. Y así fue como cierta mañana de 1909 en Barcelona (o de 1955, en Bs. As.), determinados individuos despertaron con la insólita idea de que había que quemar… iglesias y conventos. Un episodio tristísimo, producto de cinco siglos de la mentalidad inquisitorial que cuajó en España.

Si la Ec. está hoy desacreditada (¡y cómo!), ese descrédito se lo ha ganado con su propio esfuerzo. Y eso es lamentable. Porque hoy, cuando nuestra sociedad se desintegra, los valores se invierten y la ética es blanco de la mofa de hábiles demagogos interesados que hablan en nombre de la Ccia (el credo de hoy), arrastrando multitudes de cándidos crédulos encandilados por el blanco de los guardapolvos como antaño la masa se enceguecía por el brillo del oro en el pecho de los purpurados; hoy, decía, la Ec. contempla con pesar esa decadencia, desea ponerle freno y no puede. Ya nadie escucha su voz, privada de autoridad moral debido a una historia de atropellos acumulados, debido a una historia de hipocresías que entonces se consideraban “habilidad en el dominio de las almas”, pero que hoy repugnan a la mayoría de la sociedad.

Si la Ec. y sus dignatarios se hubiesen atenido a sus propias enseñanzas, si hubiesen sido siempre y lo fueran hoy, un ejemplo de virtud, de paz, de humildad, de amor a la verdad, de sacrificio por la humanidad, de “poner la otra mejilla” en lugar de quemar las mejillas ajenas, etc., ¿quién dudaría de su autoridad ética?, ¿quién osaría desafiarla? Pero a como están las cosas y pese a su estéril preocupación actual, la Ec. está llamada a rendir cuentas por el grado de desintegración en el que ha caído nuestra sociedad.

Ha fallado porque en lugar de servir, reclamó servicio y honor para sí. Habéis fallado, traicionando vuestra misión al trocar el medio en fin y lo principal en secundario. Por lo tanto, días vendrán en que D’s coloque a otros mejores en vuestro lugar. Como era en el Principio, ahora y siempre, por los Siglos de los Siglos.


Paula Mariel Maggiotti

(domovilu@gmail.com)


P.D.: En esta como en mis anteriores, apenas sí he rozado muy por encima las puntitas de enormes icebergs. Sobre estos temas y sus derivados se podrían escribir libros enteros, con esos libros se podrían llenar decenas de estanterías, y todavía faltaría mucho por escribir, saber y desenterrar. Me impongo por la fuerza una brevedad angustiosa, más que nada porque ocuparme de esto me demanda un enorme esfuerzo emocional y, dadas las circunstancias, dudo de la utilidad de semejante esfuerzo. ¡Cuánto quisiera que las cosas fueran diferentes! Pero por lo menos deberías admitir la limitación intrínseca a tu catolicidad: El verdugo no puede reclamar superioridad moral sobre su víctima; ni el usurpador sobre el expoliado. Así de sencillo.