Thursday, August 16, 2007

Carta del “Jefe Seattle

al Gobierno de los Estados Unidos,

que propuso comprar tierras a los indios en 1855


¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, la tibieza del suelo? La idea no tiene sentido para nosotros. Si no poseemos la frescura del aire o el brillo del agua, ¿cómo podéis querer comprarlos?

Cualquier parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cualquier hoja de pino, cualquier playa, la neblina de los bosques sombríos, el brillante zumbido de los insectos: todo es sagrado en la memoria y en la experiencia de mi pueblo. La savia que corre por el interior de los árboles lleva consigo las memorias del hombre Piel Roja.

Los muertos del hombre blanco se olvidan de la tierra donde nacieron cuando van a vagar por las estrellas. Nuestros muertos nunca se olvidan de esta tierra maravillosa, pues ella es la madre del hombre Piel Roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; los ciervos, los caballos, el águila majestuosa: todos son nuestros hermanos. Los picos de las montañas rocosas, la fragancia de los bosques, la energía vital del pony y del hombre: todo pertenece a una sola familia.

Así, cuando el Gran Jefe de Washington nos manda a decir que desea comprar nuestras tierras, está pidiendo mucho. Nos envía un mensaje diciendo que reservará un lugar donde podamos vivir con comodidad. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Si es así, tomaremos en cuenta su propuesta sobre la compra de nuestra tierra. Pero dicha compra no será fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros.

El agua límpida que corre por los arroyos y ríos, no es solamente agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendiéramos la tierra, tendréis que recordar que ella es sagrada y debéis recordar lo mismo a vuestros hijos; y que cualquier reflejo espectral sobre la superficie de los lagos, evoca acontecimientos y etapas de la vida de mi pueblo. El ruido de las aguas es la voz de nuestros ancestros. Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed, transportan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si os vendemos nuestra tierra, debéis recordar y enseñar a vuestros niños que los ríos son nuestros hermanos, los vuestros también, y debéis desde ese instante dar a los ríos el mismo afecto que dais a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser. Para él un pedazo de tierra no se distingue de otro cualquiera, pues es un extraño que viene de noche y roba [¡qué coincidencia! Mis Mapuches percibieron esto mismo, y por eso llamaron al blanco “huinca” = “cuatrero”. –Domovilu-] de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga; después que la somete y la conquista, se marcha en busca de otro lugar. Deja detrás de sí la sepultura de sus padres y no le importa. Secuestra los hijos de la tierra y no le interesa. Se olvida de la sepultura de sus padres y de la herencia de sus hijos. Trata a su madre, la tierra y a su padre, el cielo, como cosas que pueden ser compradas o robadas, como si fueran pieles de carnero o baratijas sin valor. Su apetito acabará por dejar a la tierra exhausta, dejando detrás de sí solo desiertos.

A esto no lo comprendo. Nuestro modo de ser es completamente diferente del vuestro. La visión de vuestras ciudades daña la vista del hombre Piel Roja. Quizás sea porque el hombre Piel Roja es un salvaje, y por eso no puede entender.

En las ciudades del hombre blanco no hay un solo lugar donde haya silencio, paz. Un solo lugar donde se pueda escuchar el murmullo de las hojas en primavera, el zumbido de las alas de un insecto. Quizás sea porque soy un salvaje, incapaz de comprender.

El ruido solo sirve para ofender los oídos. ¿Y qué vida es esa en que el hombre no puede escuchar el llamado solitario de la lechuza, o el croar de las ranas al borde de los charcos por la noche? El indio prefiere el suave susurrar del viento rizando la superficie de las aguas del lago, o la fragancia de la brisa purificada por la lluvia del mediodía, o aromatizada por el perfume de las piñas.

El aire es precioso para el hombre Piel Roja, pues de él todos se alimentan. Los animales, los árboles, el hombre: todos respiran el mismo aire. Al hombre blanco parece que no le importa el aire que respira. Como un cadáver en descomposición, es insensible al mal olor. Pero si os vendemos nuestra tierra, debéis recordar que el aire es de vital importancia para nosotros, pues proyecta su espíritu en todas las cosas que viven en él. El aire que nuestros abuelos aspiraron al primer vagido fue el mismo que les recibió el último suspiro.

Si os vendemos nuestra tierra, debéis conservarla exclusivamente como sagrada, como un lugar donde inclusive un hombre blanco pueda ir a aspirar la brisa aromatizada por las flores de los bosques. Solo así tendremos en cuenta vuestra propuesta de comprar nuestra tierra. Si nos decidiéramos a aceptarla, será bajo una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales de esta tierra como si fueran sus hermanos.

Soy un salvaje y no lo entiendo de otra manera. He visto millares de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por el hombre blanco que les dispara desde un tren en movimiento [voilà la maldad gratuita a que aludí en otro Post. –Domovilu-]. Soy un salvaje y no entiendo cómo el humeante caballo de hierro pueda ser más importante que el búfalo, que cazamos solamente para mantenernos vivos.

¿Qué será del hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría de soledad espiritual. Aquello que ocurra a los animales puede afectar a los hombres. Todo está relacionado.

Debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo que pisan simboliza las cenizas de nuestros antepasados. Para que ellos respeten la tierra, enseñadle que es rica para la vida de los seres de todas las especies. Enseñadles lo que enseñamos a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Cuando el hombre escupe la tierra, se está escupiendo a sí mismo.

De una cosa estamos seguros: la tierra no pertenece al hombre blanco. Es él quien pertenece a la tierra. De eso tenemos certeza. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. Todo está asociado. Lo que hiere a la tierra, hiere también a sus hijos. El hombre no teje la tela de la vida. Es más bien uno de sus hilos. Lo que haga a esa tela, se hace a sí mismo.

Inclusive el hombre blanco, a quien D’s acompaña y con quien conversa como amigo, no puede escapar a ese destino común. Tal vez seamos hermanos, después de todo. Ya lo veremos. Una cosa sabemos que probablemente el hombre blanco descubrirá algún día: nuestro D’s es su mismo D’s. Podéis pensar que hoy solamente vosotros lo poseéis, como deseáis poseer la tierra, pero no podéis. El es el D’s de la Humanidad y Su compasión es igual tanto para el hombre blanco como para el hombre Piel Roja. Esta tierra es querida por Él, y ofender la tierra es insultar a su Creador. Los blancos también pasarán, tal vez antes que otras tribus. Contaminad vuestra cama, y una noche os ahogaréis entre vuestra propia inmundicia.

Pero vosotros pensáis que resplandeceréis alto, iluminados por la fuerza del D’s que os trajo a esta tierra y, por algún favor especial, os otorgó dominio sobre ella y sobre el hombre Piel Roja. Este destino nos es un misterio, pues no concebimos cómo será el día en que el último búfalo sea diezmado, los caballos salvajes – domesticados, los secretos de los bosques – invadidos por el hedor del sudor de muchos hombres.

¿Dónde está la selva? – Desapareció…

¿Dónde está el águila? – Desapareció…


El fin del vivir y el comienzo del sobrevivir

1 comment:

Gustavo A. Abril said...

Hay bastante en que entretenerse por acá.

Un gusto colarme por tu otra casa.